La crisis financiera que se abatió inicialmente sobre los Estados Unidos de América, hace dos meses, se propagó internacionalmente y, previsiblemente, ahora pasó a afectar de manera negativa también la economía real en los cuatro rincones del mundo. Algunos países, como los Estados Unidos y el Reino Unido, más dependientes del artificialismo del mercado de servicios financieros, sentirán más profundamente los efectos macroeconómicos de la crisis.
 
Si las primeras reacciones de los gobiernos de los países desarrollados, aunque aisladas, fueron en el sentido de proteger los respectivos mercados financieros mediante acciones contrarias a la doctrina de economía de mercado, como estatización de bancos, compra de sus respectivas acciones o activos, o incluso subsidios al fondo perdido, la extensión de la crisis a las economías reales traerá el recurso a medidas proteccionistas.

De hecho, los Estados Unidos se apresuraron en desembolsar más de U$S 1 trillón en fondos para su sistema financiero. Por su parte, el Reino Unido anunció un paquete de U$S 750 mil millones para su sector bancario. Alemania reaccionó con un volumen de U$S 600 mil millones, de los cuales U$S 500 mil millones en garantías y préstamos para liquidez y U$S 100 mil millones para la recapitalización bancaria. Por su parte, Francia anunció medidas similares a las de Alemania, en un volumen de aproximadamente U$S 450 mil millones.

Con todo, ya se constatan movimientos concretos en el terreno espinoso de los subsidios a las actividades industriales, en violación a las normas del sistema multilateral de la OMC (Organización Mundial del Comercio) y, más especialmente, del Acuerdo sobre Subsidios y Medidas Compensatorias, lo que podrá desencadenar una gran guerra comercial de subsidios, por un lado, y de medidas internas de proteccionismo comercial, por otro.

Así, en los recientes paquetes de medidas destinadas ostensiblemente a combatir los efectos de la crisis, por valores de U$S 586 mil millones y U$S 29,3 mil millones, la República Popular de China incluyó, en el segundo de ellos, medidas de prioridad de restituciones fiscales en 3.770 productos, o nada menos que el 28% de la agenda de exportación del país oriental. Esta segunda medida, de la semana pasada, viene a sumarse a las del mes pasado, que ya habían aumentado los beneficios fiscales al 25% de las exportaciones chinas.

Es cierto que el mayor volumen de recursos del paquete chino está dedicado a obras de infraestructura, dentro de las cuales se sitúan desembolsos de aproximadamente U$S 130 mil millones para el sector inmobiliario; U$S 50 mil millones para el sector de energía; U$S 110 mil millones para carreteras; U$S 100 mil millones para vías férreas. Así, se denota con gran claridad que los estrategas macroeconómicos chinos privilegiaron el mantenimiento del desarrollo del sector interno del país. Esta opción queda aún más clara con las renuncias fiscales de aproximadamente U$S 18 mil millones, como resultado de reforma a racionalizar el impuesto de valor agregado en China a partir de enero de 2009.

Tal conjunto de medidas llevó al primer ministro chino, Wen Jiabao, a declarar que la mayor contribución de China al mundo en crisis sería el mantenimiento de su crecimiento económico y  su paquete coyuntural. Se trata de una verdad a medias. Si, por un lado, las acciones volcadas al crecimiento interno chino van a beneficiar al propio país al mismo tiempo que sus proveedores externos, las medidas de subsidios al comercio exterior chino podrán deflagrar una guerra comercial con efectos nefastos.

De hecho, los Estados Unidos, grandes adeptos al juego de cartas marcadas del comercio internacional, esperan apenas la asunción de la nueva administración Obama para implementar un ya anunciado conjunto de acciones concretas de subsidios a la industria local, inclusive al abatido sector automotriz americano. La Unión Europea, por su parte, no dudará, como es su costumbre, en seguir el ejemplo de los Estados Unidos. Otros países harán lo mismo y el comercio internacional entrará en crisis.

Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte