El banco central de los  EEUU (FED – Federal Reserve Bank)), lanzó el 3 de noviembre un nuevo y amplio programa de emisión de moneda, para hacer frente a la continua y obstinada crisis económica que afecta a aquel país y con serias repercusiones en la tasa de desempleo, que se sitúa oficialmente en un nivel aproximado del 10%.

Como el término impresión de moneda es altamente impopular, los banqueros centrales de los  EE.UU. y del Reino Unido, que también se lavaron las manos en el asunto, se valieron de un eufemismo con el cual pretenden engañar a los pueblos de sus respectivos países: la “flexibilización cuantitativa”, o quantitative easing, en inglés.

La medida del recurso a la impresión de moneda es extrema, no solo por el  riesgo de provocar una inflación desenfrenada, sino también porque afecta de manera sustancial la credibilidad de la política monetaria institucional del país que hace uso de ella. De hecho, el Estado que recurre a la impresión de moneda lo hace porque ya no consigue, en la medida del valor de la emisión, financiar sus  necesidades mediante la colocación de títulos en el mercado.

Así es que se trata de una medida desesperada, que indica la falta de opción disponible al FED, que lo obliga a lavarse las manos en el asunto, lo mismo que causó la hiperinflación en la Alemania de 1923, en Argentina y Brasil en la década del 80 y en Zimbawe en el momento actual. Es cierto que no siempre la impresión de moneda causa la hiperinflación, principalmente si se hace con moderación.

Sin embargo, la depreciación de la moneda devaluada en comparación con la de otros países es inevitable. Así, el tipo de cambio pasó a favorecer las ventas externas de los  EE.UU., lo que es positivo para la balanza comercial de este país, pero, por otro lado, negativo porque otros Estados comienzan a preocuparse con la cualidad de reservas constituidas en dólares americanos.

China, con cerca de U$S 3 trillones en reservas, comenzó hace ya algún tiempo a diversificar el perfil de las monedas extranjeras que componen su cartera de títulos para valores denominados en Euros, Wons, Yens y diversos otros representativos, directa o indirectamente, de mercaderías varias que el país consume. Brasil debería hacer lo mismo, ahora con un cierto sentido de urgencia.

Desde el punto de vista del comercio internacional, la degradación voluntaria de la moneda del país crea una ventaja competitiva tanto artificial como ilícita para sus exportadores, distorsionando de forma general la relación natural del intercambio y su flujo tradicional.

Excepcionalmente, algunos países, privados de moneda reserva, arrastran la relación del valor de su moneda a otra, que tenga esta característica. Eso sucede con el Franco Suizo frente al Euro, con el Yuan chino frente al dólar americano. Hasta hace poco tiempo, la mayor parte de las monedas mundiales era arrastrada hacia el dólar americano, inclusive el Real y el Peso argentino.

Este arrastre impidió que la balanza comercial entre los EE.UU. y China sufriese una alteración artificial, como la que ocurrió con Brasil, ya que el dólar mantuvo sustancialmente su valor frente al Yuan. Consecuentemente, los EE.UU. ahora buscan un nuevo artificio, sea cual sea la creación de mecanismos para evitar “desequilibrios” en el comercio internacional, propuesta disparatada efectuada en la reunión de ministros de la hacienda y banqueros centrales del G-20, realizada en Corea, durante el fin de semana del 23 y 24 de octubre de 2010.

Yo ya escribí que las primeras víctimas de la crisis internacional, deflagrada a partir de 2008, fueron los organismos multilaterales, como el FMI (Fondo Monetario Internacional) y la OMC (Organización Mundial de Comercio), cuyas reglas se tornaron anacrónicas y obsoletas para la defensa de los  intereses de los  países hegemónicos y ahora son despectivamente violadas.

De hecho, todas las nuevas medidas adoptadas, como la ventaja competitiva obtenida mediante la relajación y el comercio administrado cumplen con el orden jurídico del régimen multilateral financiero y comercial.

De la forma como se encaminan las cosas en el comercio global, el Mercosur puede terminar sirviendo de ejemplo.

Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte