A partir de comienzos de la década del 80 y, principalmente luego de la caída del muro de Berlín en 1989, así como del fin de la URSS (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas), en 1991, comenzó a volverse dominante en todo el mundo la doctrina del neoliberalismo económico desarrollada por el Profesor Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, en los Estados Unidos.

Milton Friedman, que fue galardonado con el Premio Nobel de 1976, escribió, entre otras, la obra “Capitalismo y Libertad”, publicada originalmente en 1962, formó generaciones de economistas de muchos países e influenció las formulaciones de políticas económicas de los gobiernos de Margareth Thatcher (1979-1990), en el Reino Unido, y de Ronald Reagan (1981-1989), en los Estados Unidos.

Su doctrina que posteriormente fue conocida como la “Escuela de Chicago” fue, en realidad, una construcción primaria, anacrónica y radical respecto a la libertad económica como un fin en sí mismo. Es más, la libertad económica casi absoluta, sería un medio para alcanzar la libertad política.

La mera competencia capitalista promovería la libertad política y respondería a los anhelos del mercado (y de la sociedad), ya que la cooperación voluntaria de los individuos en la competencia, promovería la coordinación de las actividades de millones de personas. Así, el único problema ético remanente sería la indagación acerca de qué hace un individuo con su libertad.

De esta manera, al remover la organización de la actividad económica del control de la autoridad política, el mercado eliminaría esta fuente de poder coercitivo tan nefasto como indeseable. El consumidor estaría protegido de la coacción por la mera presencia de otros vendedores ofreciendo alternativas de productos, y no por la acción del Estado.

Todavía, según Friedman, los neoliberales no abogaban por la anarquía, ya que contemplan un papel para el Estado, aunque extremadamente minimalista, que apunta a la producción de reglas, principalmente con el propósito de definir y garantizar el derecho de propiedad y establecer los medios de pago, o sea, el sistema monetario. De la misma manera, cabría al Estado el papel de árbitro en las disputas entre los individuos, empresas y los diferentes agentes económicos.

Los neoliberales no contemplan el papel del Estado como impulsor de la actividad económica, mediante gastos públicos objetivando la creación de infraestructura, la generación de empleos y la concreción de inversiones de impacto social. “En una sociedad capitalista”, escribió Friedman en su obra citada anteriormente, “sólo es necesario convencer a algunas personas ricas hacia la obtención de fondos para lanzar cualquier idea, aunque sea disparatada…”

De esta manera, el papel del Estado debería ser muy limitado y, por consiguiente, muchas de las acciones tradicionales del Poder Público deberían ser abandonadas. Se debería prescindir de la educación pública en pos de la educación privada. El seguro social público y el sistema de jubilaciones estatal deberían ser abandonados.

El salario mínimo debería ser abolido, al igual que cualquier reglamentación de las industrias y el control estatal de la radio y de la televisión. Debería procurarse el fin de toda y cualquier actividad reglamentada. No se justificarían acciones hacia a construcción de viviendas sociales por parte del Estado, ya que la iniciativa privada es plenamente apta para proveer una amplia disponibilidad de casas para todos.

El Estado no debería involucrarse en la creación de parques o reservas nacionales, ni la construcción de rutas públicas. Los correos deben ser una actividad exclusivamente privada. El mercado proveería todo con mayor eficiencia, con mayor libertad y sin coacción a los ciudadanos.

En el área financiera, el Estado debería ocuparse más de la creación de reglas que de actuar como autoridad. El papel del Banco Central debería ser minimalista, de justificarse, “ya que el dinero es un valor por demás serio para ser dejarlo en manos de banqueros centrales”. Los controles del tipo de cambio deberían ser abolidos y el mismo debería ser fluctuante, ya que el mercado definirá mejor cuál es el valor adecuado para un país basado en la oferta y la demanda.

La locura de la teoría de la concepción del mercado como panacea para todos los males humanos y forma eficiente de organización social, no impidió que tuviese muchos adeptos en el sector público de las potencias hegemónicas, así como en países en vías de desarrollo, como Brasil, que enviaron a sus futuros banqueros centrales a ser entrenados en Chicago.

La teoría de Friedman ignoró este componente atávico del alma humana, la codicia, así como un factor esencial, objeto de la mera constatación empírica, dado que la competencia absoluta tiene una naturaleza exclusivista y un objetivo destructor. Así, en vez de promover la cooperación, la competencia tiene un efecto que le es antagónico y no sirve a los fines de una organización social.

Friedman concibió su teoría basado en una economía todavía predominantemente industrial y de intercambio internacional de mercaderías, y se equivocó al no tomar en consideración el potencial desastre emergente de enormes mercados financieros no supervisados por el Estado, dirigidos por operadores avaros y sin ética de un mercado sin reglas.

Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte

 Dr. Durval de Noroña Goyos (Brasil)

Catholic University Law School, São Paulo; University of Lisbon, Portugal; Hastings College of Law, University of California (Constitutional Law)