Lanzada en noviembre de 2001, en Qatar, la Ronda de Doha de la OMC (Organización Mundial del Comercio) cumplirá este año su décimo aniversario, la más larga de todas las rondas realizadas hasta el día de hoy. Ella pretendió ostensiblemente promover la mayor liberalización del comercio mundial, como lo hicieron otras rondas de negociaciones del sistema multilateral, al mismo tiempo que atender mejor los intereses de los países en desarrollo.

Esta aparente atención a las ganancias de los países emergentes se dio en vista de la percepción difundida, en la opinión pública mundial, de que el régimen multilateral nació y se consolidó como un juego de cartas marcadas donde prevalecen los provechos de los países hegemónicos, en especial, de los EE.UU. (Estados Unidos de América) y sus estados clientes de la UE (Unión Europea), en el detestable juego de suma cero, en el cual el lucro de uno es la pérdida del otro.

Sucede que la agenda de negociaciones de la Ronda de Doha, o del desarrollo, fue nuevamente formateada exclusivamente por los países hegemónicos, habiendo definido que estos, una vez más, saldrían como los grandes vencedores de la ronda en cuestión, parecido a lo que ocurriera en la anterior Ronda de Uruguay, en la cual obtuvieron el 80% de las ganancias.

En 2001, el canciller brasileño era Celso Lafer, considerado “el peor de la historia” por el gran L.A. Moniz Bandeira y la diplomacia brasileña, aceptó, una vez más, negociar la agenda de los intereses de terceros, sin promover una agenda nacional, que se rebeló incapaz de definir.

Ocurre que, en diciembre de 2001, accedió a la OMC la República Popular de China, luego de 15 años de arduas negociaciones, lo que alteró el equilibrio de poder en el ámbito del sistema multilateral. Hasta entonces, el liderazgo de los países en desarrollo en la OMC era ejercido sólo por Brasil y por India, países que, de forma aislada, no tenían peso suficiente para equilibrar el juego de intereses.

Con la adhesión de China al sistema multilateral y su ingreso al grupo de los países en desarrollo, junto con África del Sur, se verificó inmediatamente un peso mucho mayor en el afán de impulsar los intereses de los emergentes. El extraordinario desarrollo económico de estos en la primera década del siglo XXI, también contribuyó para reforzar su poder de negociación.

La diplomacia comercial del Gobierno Lula falló al no identificar las pocas probabilidades de cierre de la Ronda de Doha sin una sumisión total a los intereses hegemónicos y procuró obtener algunas ventajas marginales, al tiempo en que buscaba valorar la figura del canciller Celso Amorim como el gran actor en las negociaciones internacionales.

En 2008, mientras detonaba la crisis financiera económica y mundial que llevó a los países hegemónicos, no sólo al borde de la ruina, sino también a violar todos los principios básicos y reglas jurídicas del régimen multilateral de comercio, Celso Amorim se desprendió de los aliados países en desarrollo para apoyar… las pretensiones de los EE.UU. (sic).

La diplomacia brasileña falló incluso al no reconocer que la violación extrema de las reglas de la OMC por parte de los países hegemónicos en ocasión de la crisis, había comprometido todo el complejo multilateral duramente construido a través de los años. Agrega que dichas violaciones reforzaban la percepción de que los dispositivos de la OMC valían sólo contra los países en desarrollo.

Por no haber visto oportunamente la crisis en la OMC, la diplomacia comercial del Gobierno Lula continuó en sus tentativas estériles de luchar contra la Historia, al mismo tiempo en que dejó de buscar el refuerzo de acuerdos relevantes de comercio en el ámbito bilateral y regional, como lo hicieron con un gran sentido de oportunismo China, India, México y Chile, entre otros.

Como resultado, Brasil quedó en la triste situación de perdedor, tanto en la difícil conclusión de la Ronda de Doha, por la agenda adversa, así como en aquella de su naufragio, por la falta de iniciativas en tratados bilaterales.

* Durval de Noronha Goyos Jr. es abogado validado en Brasil, Portugal y en Inglaterra y Gales. Socio senior del estudio Noronha Advogados, se recibió en derecho en la PUC-SP en 1975. Es árbitro de Brasil en la OMC (Organización Mundial de Comercio), y profesor de derecho comercial, internacional en el post-grado de la Universidad Cândido Mendes (RJ). Publicó varios libros en su área de actuación, entre ellos el Nuevo Derecho Internacional Público.

**Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte