Los nuevos descubrimientos de reservas de petróleo en la Cuenca de Santos, en el llamado Campo Carioca, de aproximadamente 33 mil millones de barriles, anunciadas apenas oficiosamente, sumadas al potencial adicional existente en la plataforma marítima brasileña, hicieron que observadores internacionales insospechados, ubicasen a Brasil como la gran potencia energética de la próxima década.
De hecho, ya en 2010, la producción brasileña de petróleo deberá superar a la de la República Popular de China y, con la subsiguiente operativa de los nuevos campos, Tupí y Carioca, el país será uno de los mayores productores mundiales, en una fase en que los precios de las mercaderías energéticas alcanzaron niveles nunca antes observados. Más que nunca, la prosperidad de las naciones depende del petróleo.
La Historia registra muchos conflictos bélicos causados por la búsqueda de fuentes de suministro, a partir del Tratado de Versailles de 1917 que, entre otras medidas, formateó artificialmente al Oriente Medio, inclusive a Irak, de modo de asegurar la provisión de petróleo para la marina inglesa, que cambiaba el combustible de sus naves de guerra.
Por su parte, en un mundo que tiene en cuenta cada vez menos el derecho internacional, de una manera muy contundente, de acuerdo al ejemplo de las recientes aventuras militares en Irak, el régimen jurídico que respalda los derechos brasileños a la exploración de las nuevas reservas está fundado en la tenue Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar que, en su artículo 55 y siguientes, asegura el uso de la zona económica exclusiva situada hasta 200 millas náuticas a contar desde la costa.
Ahora, según innumerables, amplias y abundantes lecciones del pasado, este derecho no está inmune de ser solapado por el uso unilateral y agresivo de la fuerza, aunque maquillado para fines de propaganda, por acciones “para el bien de la Humanidad”. De esta manera, la codicia de nuestras reservas de petróleo es una concreta hipótesis de conflicto, para la cual Brasil debe prepararse.
El escenario se torna incluso más preocupante cuando se considera que Brasil tiene cerca de un tercio de las reservas de agua potable del mundo que, según la CIA (Central Intelligence Agency), es la principal hipótesis de conflicto militar del siglo 21. Del agua dependen todas las actividades económicas humanas, especialmente la agricultura.
En el sector agrícola, Brasil tiene más tierras aptas para la agricultura que Rusia, Canadá, EE.UU., China, India y Australia juntas, con los indispensables recursos acuíferos, para la viabilidad de su explotación. A través de los años, e incluso hoy en día, Brasil ha sufrido acciones concertadas de ciertas potencias con el objetivo de desestabilizar su producción agrícola, a través de un régimen jurídico multilateral discriminatorio, como el GATT (Acuerdo General de Tarifas y Comercio), de los subsidios ilegales y de las barreras no arancelarias, que distorsionan la actividad económica y promueven la injusticia en una escala global.
El agro-negocio es hoy la fuente de la prosperidad brasileña, ya que responde por cerca de un tercio de nuestro PBI, 40% de nuestros empleos, y asegura los consistentes saldos comerciales brasileños, desde el momento en que la balanza comercial de los demás sectores es deficitaria. En el futuro, de la agricultura también dependerá gran parte de la prosperidad de Brasil, lo que hace de esta cuestión, para nosotros, un tema de seguridad nacional.
A tales factores debe agregarse la ya bastante conocida cuestión de la Amazonia, fundamental para el equilibrio del ecosistema mundial y, desde hace mucho, objeto de la codicia de muchos que no supieron preservar sus selvas y no tienen el verde en sus banderas.
Es preciso que se reconozca que, para el cumplimiento de su misión constitucional de defender el territorio nacional, las Fuerzas Armadas brasileñas, por falta de inversiones adecuadas, se encuentran ampliamente incapacitadas para los escenarios de hipótesis de conflicto anteriormente enumerados. Diversos gobiernos brasileños optaron por gastos públicos en otros sectores que no eran los de la seguridad nacional, luego de la redemocratización del país en 1986.
A falta de un poder efectivo de disuasión militar por parte de Brasil, podrá alentar aventuras militares extranjeras teniendo como blanco la soberanía del País. Así, si bien en un mundo ideal, que no es el nuestro, sería mejor darle un destino social a los gastos públicos, en el triste ambiente en que vivimos en nuestro planeta, la preparación de las Fuerzas Armadas brasileñas es una necesidad absoluta y urgente.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte
Advogado admitido no Brasil, Inglaterra e Gales e Portugal. Formou-se em direito pela PUC-SP em 1975. Árbitro do GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) e da OMC (Organização Mundial do Comércio), e professor de direito do comércio internacional na pós-graduação da Universidade Cândido Mendes (RJ).