El reconocimiento por parte de los Estados Unidos de América de la realidad económica de Brasil y de las oportunidades comerciales y de inversiones en el país, no es acompañado por la aceptación de su influencia política, ya sea en ámbito regional como en el ámbito global, por los formadores de la estrategia política exterior americana.

De hecho, en la reciente visita del presidente Barack Obama a Brasil, que culminó el 20 de marzo de 2011, el líder americano no se pudo sustraer al hecho de que Brasil actualmente ofrece la los EE.UU. un superávit comercial masivo, del orden de los U$S 8 mil millones de dólares y que, su economía en crecimiento plantea una continua oportunidad de ganancias para sus empresas.

Con una economía tambaleante, con el mayor déficit público de su historia, con un déficit comercial gigantesco y con un desempleo de cerca del 9%, los formadores estratégicos americanos promovieron a su simpático presidente como un vendedor ambulante para aprovechar las mayores oportunidades para su sector productivo, en vista de las próximas elecciones presidenciales en los EE.UU..

Aquí se debe diferenciar totalmente la simpática figura personal del presidente, de la política de los intereses económicos y políticos que él representa. Para los americanos, sigue en pie el viejo juego de la suma cero: nuestra pérdida es su ganancia. Quieren vender, pero no quieren comprar. Ven nuestro progreso, pero no aceptan nuestra influencia. No nos respetan como interlocutores independientes.

Quieren que practiquemos el libre-comercio, pero mantienen sus mercados cerrados selectivamente en los sectores en los que nuestra economía es competitiva. Nos mandan compensar el déficit comercial que tenemos con los EE.UU. frente a terceros países, ignorando el diálogo bilateral, que es exactamente lo que buscan hacer con China. Mantienen todavía el viejo desprecio por lo que somos y su infame arrogancia imperial.

En suma, desean que Brasil se constituya en un socio igual, de acuerdo a su visión de que el País atienda perfectamente todos los intereses económicos de los EE.UU. y que se conforme con la indiferencia tradicional americana a los objetivos y anhelos del pueblo brasileño.

Esto ocurre, es claro, por la aceptación por parte de Brasil de la manipulación del dólar americano, por la inundación de emisiones del Tesoro de los EE.UU., que esperan sea aceptada sin discusiones, como manifestación de la soberanía de su país. ¡Sin embargo, en el relacionamiento con China, los EE.UU. exigen la modificación de su política cambiaria, de sumisión al dólar!

Así, ni si trata el tema del reconocimiento de la importancia de Brasil en los organismos multilaterales, donde informalmente éste ya se verifica. Por lo tanto, nada de diálogo sobre la participación del País como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, en la reforma estructural que se impone.

Es más, no se menciona nada acerca de la eliminación del humillante sistema de visas para los brasileños que – sorprendentemente – insisten en visitar los EE.UU.. No se trata nada – tampoco – acerca de la situación precaria de los brasileños que viven en los EE.UU., sujetos a abusos múltiples y arbitrariedades de todo tipo.

En fin, como siempre, los EE.UU. quieren imponer su propia agenda a Brasil, como lo hicieron sistemáticamente en el pasado e intentaron, sin éxito, promover con la desafortunada iniciativa del Alca (Área de Libre Comercio de las Américas), felizmente sepultada.

La visita del presidente Obama a Brasil fue más un ejercicio de propaganda del gobierno americano, que un evento significativo en el relacionamiento bilateral entre los dos países. Debemos observar el hecho de que el intento de diálogo con los EE.UU. es siempre un ejercicio importante, pero que los resultados – en la práctica – son casi siempre adversos, cuando no nefastos, para los intereses de Brasil.

Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte